El sonido del tacón contra el mármol no debería intimidar a nadie. Pero lo hace.
Ella entró sin pedir permiso. No porque quisiera ser grosera, sino porque jamás se le ocurrió que debía hacerlo. Su presencia llenó el salón de juntas con una mezcla extraña de incomodidad y admiración. No sonreía, pero tampoco estaba enojada. No se disculpaba por su voz firme, su cabello suelto ni su acento caribeño.
"¿Ella quién se cree?" preguntó alguien en voz baja.
"Una cacica", respondió otra ejecutiva, en parte en burla, en parte en admiración.
Y sí, era exactamente eso.
Una Cacica.
No en el sentido ancestral literal, pero en el simbólico. Una mujer con poder, visión, conciencia de sí misma y una firmeza que desafiaba la lógica de la complacencia. Una que no cabía en los moldes corporativos, que no temía confrontar la injusticia, que lideraba desde una autoridad tan profunda que parecía venir de otro tiempo, de otra tierra.
Ese día, nadie se atrevió a interrumpirla. No porque tuviera un cargo superior, sino porque su sola energía exigía respeto. Porque representaba algo que muchas habían olvidado... o les enseñaron a olvidar.
Durante siglos, las sociedades patriarcales colonizaron no solo nuestros territorios, sino nuestras narrativas de liderazgo. Nos vendieron la idea de que una líder debía ser racional, contenida, sacrificada, neutral. Que el poder real era masculino, blanco, y siempre, siempre desapegado de la emoción y la comunidad.
Pero eso no siempre fue así.
Antes de que nos llamaran “mandonas” o “difíciles”, existieron las Cacicas: mujeres indígenas líderes (el término Cacica viene de una tribu de mujeres líderes en el Caribe), sabias, oradoras, estrategas y sanadoras. No como excepción a la norma, sino como parte integral del tejido social de sus pueblos. Su autoridad no venía de títulos, sino de su capacidad de sostener lo complejo: proteger sin someter, organizar sin oprimir, liderar sin desconectarse del alma colectiva.
Eran lideresas de verdad. Completas. Indomables.
Y ahora están regresando.
No en túnicas (aunque, seamos honestas, algunas de nosotras seríamos fabulosas con eso). Regresan en cuerpos ejecutivos, con títulos de MBA, con acentos migrantes, con hijos, con arrugas, con cicatrices. Regresan en forma de directoras, CEOs, fundadoras, estrategas de impacto.
Pero con algo en común: no encajan. Porque no fueron hechas para encajar. Fueron hechas para redibujar el mapa.
En los últimos años he acompañado a centenas de mujeres en posiciones de liderazgo que, aunque lo tienen todo "en papel", sienten que el costo de ese éxito ha sido altísimo: agotamiento crónico, desgaste emocional, soledad, autoexigencia brutal, pérdida del sentido de propósito. Muchas me dicen lo mismo con distintas palabras:
“Me estoy traicionando a mí misma para mantener el puesto.”
“No puedo más con esta cultura que me exige demostrar el doble para valer la mitad.”
“Tengo poder, pero no libertad.”
Y lo que más me impacta no es la queja, sino el anhelo escondido detrás de cada frase. Un anhelo de soberanía interna. De liderazgo alineado. De impacto real sin tener que mutilar la autenticidad.
Eso no es una utopía. Eso es el retorno de las Cacicas.
La Cacica moderna no está aquí para adaptarse a estructuras de poder colonizantes. Está aquí para transformarlas. Para liderar desde un nuevo paradigma: uno donde el poder no es dominación, sino capacidad de abrazar la complejidad. Donde la autoridad no nace del control, sino de la conciencia. Donde la estrategia no se separa de la intuición, y el éxito no se mide en escaladas individuales sino en el bienestar colectivo que deja a su paso.
Eso requiere un nuevo tipo de mente: una mente Indomable.
Una mente que:
Cuestiona sin miedo los supuestos sobre cómo debe ser una líder.
Sostiene la ambigüedad sin buscar respuestas fáciles.
Rompe con la necesidad de aprobación para actuar desde la integridad.
Reclama la emoción como fuente de poder, no de debilidad.
Reconfigura el éxito para que sea sostenible, regenerativo y radicalmente propio.
Esta es la base de mi trabajo con mujeres líderes. Las acompaño a descolonizar su liderazgo desde adentro. A recuperar su soberanía emocional, su claridad sistémica, su intuición estratégica. A dejar de negociar su esencia por pertenecer a un sistema que no fue hecho para ellas.
Y lo más hermoso de todo es que, cuando lo hacen, no solo se liberan ellas. Nos liberan a todas.
Porque cada vez que una mujer deja de pedir permiso para existir plenamente en su poder, algo se reordena en el universo.
Volver a ser Cacica no significa volver al pasado. Significa recordarlo para crear otro futuro.
Uno en el que las salas de juntas, los movimientos sociales, las comunidades y las empresas estén lideradas por mujeres que no temen usar su propia voz, ni se reducen para no incomodar. Mujeres que saben que su autoridad no está en parecerse a los hombres que vinieron antes, sino en encarnar su verdad con una fuerza que no pide permiso.
Ese futuro ya está en marcha.
Y si estás leyendo esto, tú también formas parte del regreso.
Bienvenida, Cacica.
Tu tiempo es ahora.
🧠 Para reflexionar
¿En qué momentos has sentido que para tener éxito, tuviste que abandonar partes esenciales de ti?
¿Qué aspectos de tu liderazgo están todavía colonizados por expectativas externas?
¿Cómo sería tu forma de liderar si no tuvieras que demostrar nada a nadie?
Me encanto, excelente contenido.
Virginia me encantaria si pudieramos hablar, tengo planeado llevarles a mis promotoras una capacitacion sobre el liderazgo desde la pespectiva feminista, no se pudieramos llegar a un acuerdo para esto.
Excelente contenido Virginia Lacayo, replicable al 1000%, lo compartiré con el equipo de redacción de www.dealmagazineusa.com para que sea publicado para abril. Muchas gracias por invertir tu maravilloso e invaluable tiempo en tejer una red fuerte de mujeres Indomables.