“Virginia, ¿vos creés que se puede liderar sin vivir agotada?”
Esa fue la pregunta que me lanzó Ana —CEO de una empresa tecnológica centroamericana— mientras se quitaba los tacones, literalmente, en medio de nuestra primera sesión. Eran las 8:00 p.m., acababa de llegar de una reunión maratónica, y tenía que volver a conectarse a las 10:00 para una llamada con inversionistas en Europa. Tenía ojeras de insomnio y una taza de café frío temblando en la mano.
No era debilidad. Era exceso de responsabilidad acumulada.
Había escalado posiciones, construido equipos, levantado capital y generado resultados impresionantes. Pero lo había hecho a costa de su salud, de su energía, y de algo más difícil de recuperar: su claridad mental.
“Estoy agotada, pero no sé cómo bajarme de esta rueda sin que todo se venga abajo.”
La glorificación del sufrimiento como estándar de liderazgo
Nos enseñaron a confundir sacrificio con compromiso. A pensar que estar agotadas es una señal de productividad. Que si no estamos al borde del colapso, es porque no estamos dando suficiente.
Y claro, si eres mujer, latina y lideras en contextos de alta exigencia, el condicionamiento se duplica: no solo tienes que ser excelente, también tienes que demostrarlo todo el tiempo.
Y no, Ana no estaba sola. Esa lógica está profundamente normalizada en los círculos de poder: liderar es aguantar.
Aguantar la presión.
Aguantar el ritmo.
Aguantar el desbalance.
Como si estar al borde del colapso fuera una medalla de compromiso. Como si el único camino al éxito fuera el sacrificio.
Spoiler: no lo es.
Liderazgo de alto impacto ≠ autoexigencia ilimitada
Una de las primeras cosas que trabajamos juntas fue su calendario. Pero no para hacerlo más “eficiente”, lo hicimos para hacerlo estratégico.
Le mostré cómo distinguir lo urgente de lo importante, cómo proteger su tiempo de pensamiento, y cómo delegar sin culpa. Pero sobre todo, empezamos a reconstruir su forma de pensar el liderazgo. Porque no era su agenda el problema. Era su sistema de creencias.
Ana no era adicta al trabajo.
Era adicta a sentirse necesaria.
A demostrar que merecía el puesto.
A controlar todo para que nada fallara.
Y todo eso, aunque parecía compromiso, era ineficiencia emocional. Costosa. Agotadora. Innecesaria.
Resultados más altos con menos desgaste
Después de tres meses de trabajo, Ana pasó de trabajar 16 horas a 8 por día. No porque bajara la vara. Sino porque subió el nivel.
Delegó.
Rediseñó.
Se atrevió a confiar más en su equipo y menos en su ansiedad.
El resultado: duplicó ingresos en dos trimestres.
No a pesar de haber trabajado menos.
Sino porque lo hizo.
Porque cuando una mente descansa, se vuelve más aguda.
Cuando un cuerpo se cuida, se vuelve más resistente.
Y cuando una líder se prioriza, todo su sistema se transforma.
Esto no es autoayuda. Es estrategia.
Liderar como si fueras un recurso infinito no es ambición. Es mala administración.
La mayoría de los programas de liderazgo ignoran el cuerpo. Pero en mi experiencia como coach ejecutiva y experta en cambio de comportamiento, no puedes liderar bien si estás desconectada de tu cuerpo.
Pero el cuerpo es una tecnología de liderazgo.
Tu sistema nervioso es tu interfaz de liderazgo.
Tu energía es tu capital político.
Tu descanso, tu ventaja estratégica.
Liderar sin explotarte no es indulgente. Es revolucionario.
Porque desafía la lógica capitalista que te mide por tu producción.
Porque subvierte el patriarcado que te quiere sacrificable.
Porque le enseña a otras que es posible hacerlo distinto.
Prácticas para un liderazgo sostenible y potente
Aquí algunas prácticas que trabajamos en mi programa Becoming Indomable, y que podés empezar a implementar:
Auditá tu calendario como si fuera un estado financiero: ¿Qué actividades te generan retorno real? ¿Dónde estás perdiendo energía sin resultados?
Protegé tu tiempo estratégico: Si no tenés al menos dos bloques a la semana para pensar, estás liderando desde la urgencia, no desde la visión.
Identificá tu patrón de sobre-responsabilidad: ¿Qué cargas asumís por miedo a que nadie más lo haga “como vos”? Spoiler: eso no es control, es desgaste innecesario.
Redefiní tu métrica de éxito: Si tu manera de liderar hoy compromete tu capacidad de liderar mañana, no es éxito. Es deuda a futuro.
Medí impacto, no solo esfuerzo: Estar ocupada no es lo mismo que estar generando valor. No confundás agotamiento con eficacia.
¿Qué hábito podrías transformar para liderar sin auto-explotarte?
Identificá uno. Solo uno. El más evidente. El más agotador.
Y empecemos a trabajar por ahí.
Porque liderar no es resistir.
Es diseñar un sistema donde vos también prosperás.